miércoles, 4 de febrero de 2009

Celeste y las obras

Ya desde chica Celeste supo que su vida debía ser el arte visual.
Carecida de talento, poseía sin embargo, un excelente gusto en cuanto a lo que ella sentía, la representación de la belleza visual y espiritual del mundo y el hombre.

Siendo la consentida de la hermana menor de su madre casada con un notable ingles, recorrió el Louvre, el Prado, el Vaticano entre otros, creciendo así su experiencia en el rubro.

Su familia pertenecía a la clase media-baja, a excepción de Lucrecia (la tía), quien por el gran afecto que le tenia, le dejo su completa fortuna al fallecer, luego de una larga convalecencia por lupus.

Esta cantidad de dinero (por cierto enorme) le permitía dedicar si tiempo completamente al arte.

Su casa era un museo: cuadros en cada pared, estatuas en cada rincón. Leones, mujeres y hombres, ojos, relojes, selvas, mares, barcos; todos convivían en perfecta armonía.

Celeste seguía ampliando sus conocimientos viajando muy amenudo a sitios como Egipto, México, Marruecos, solo para observar diferentes estilos y arquitecturas.

Obviamente una casa tan grande como la que poseía y con semejante colección, albergaba personal para que la mantuviera, pero cuando Celeste se ausentaba, solo quedaba residiendo Carmen.
Carmen era una viuda cuarentona muy religiosa, sumamente dulce y responsable y extremadamente de confianza. Era la persona perfecta para dejar a cargo.
Cuando la dueña de casa regresaba de sus viajes, no todo estaba en su exacto lugar, pero si en perfecto estado.

Así transcurría su vida, entre viajes, compra de obras y las clases que dictaba en la facultad de Bellas Artes, aunque no necesitaba el dinero, por las razones ya citadas.


Luego de su último viaje a Grecia encontró algo muy extraño: en el baño contiguo a su habitación, una copa de cristal en su lavabo, y un fragmento de marco que sostenía la pintura de un esbelto romano rubio, de ojos penetrantes, vestido con una túnica rasgada.

No entendía como podía Carmen haber desafiado su confianza usando su jacuzzi (esta era su deducción), pero menos entendía como podía haber llegado allí esa maderita.

Este no fue el único espisodio.
Posteriormente, de regreso de Kuala Lumpur, la base de un pilar que sostenía la figura de una leona con su cría, estaba rajada.
Seis meses después, volvió del interior del país, cuando tres cuadros de arte abstracto se hallaban invertidos.
Era obvio que Carmen estaba en algo raro.

Por eso decidió ponerla a prueba: anuncio un viaje a Finlandia por dos meses, pero realmente se instalo en un departamento suyo que solía alquilar, y "regresaría" solo después de dos semanas.

Pasado ese tiempo, solo con pararse en el porche, supo que nada andaba bien: sonidos de vidrio rompiéndose, sombras que se deslizaban por doquier, pequeños objetos volaban por el aire, y el alboroto no dejaba distinguir una risa de un rugido.
Cuando puso el primer pie en la casa supo que sus ojos nunca volverían a ver una cosa así: los enanos de jardín jugaban al póquer contra algunas figuras geométricas con las cartas de unos perros que orinaban en un bosque en llamas. Las llamas alcanzaban carbonizando una casita de una aldea periférica a un majestuoso castillo. Había dedos colgados del ventilador, mientras una tormenta atravesaba el azul de un día de campo.
Todo era caos; las escaleras eran inalcanzables, hielo cubría la primera mitad, mientras que 47 arañas aterrorizaban en la cima.
La cocina era abominable: seres de otro mundo, purpuras, consumían su comida y vomitaban instantáneamente, pero los baldes de una aguatera de la época colonial se engargaban del desastre.
Lineas saltaban por todos lados, las estatuas descansaban en sus rincones de sus rígidas posturas. Los colores inundaban cada espacio y fumaban habanos.
Horrorizada, subió a su habitación por la escalera secundaria y observo que el segundo piso estaba libre de esa incomprensible locura.
Entro a la pieza, y deseo nunca haberlo echo: Carmen frotaba su cuerpo desnudo junto a aquel romano, cuyo marco se hallaba fisurado en la cama de Celeste, con sus mejores sabanas. Los dos amantes la miraron como si fuera una intrusa.
Celeste no lograba salir de su estupor.
Cuando pensó que todo tendría que ser un sueño, el infierno comenzó a ascender hasta llegar a su cuarto.
Simplemente se rindió. Se dio cuenta que el arte no quería solo su vida, sino su casa, su espacio.
El arte, por primera vez, le mostraba a ella, cual era su propio sentido del estilo

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